Vivir esos pequeños momentos, los que cuentan de verdad, entre la intensidad y el sosiego. Hacer una fiesta de las cosas cotidianas. Saborearla a mordiscos, despacio y en compañía, sin pensar en nada más, porque así se disfruta mucho mejor.
Alargar las sobremesas hasta el infinito, quedarme dormida después de comer y, al despertar, ver que la peli esté acabando. Volver al olor de la cocina, donde algo especial se está preparando, como todo en esta época.